"No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños".

» Cicerón (106 AC-43 AC), escritor, orador y político romano.

viernes, 20 de marzo de 2015

CUANDO LOS GLOBOS OTORGARON LA VICTORIA: La campaña de Melilla (1909)

      En 1909 comenzaba la Primera Campaña de Marruecos. En su avance, el ejército español introdujo una innovación técnica sin precedentes, un artilugio capaz de marcar la diferencia frente a las belicosas cabilas rifeñas: EL GLOBO.

1909 cerca de melilla
Artillería española bombardeando posiciones rifeñas bajo la dirección del globo aerostático Reina Victoria (en rojo) en 1909.// Fotografía publicada en La Vanguardia el 14 de agosto de 1909

Antecedentes

      En 1906 España firmaba con Francia, Gran Bretaña y otras potencias el Tratado de Algeciras, recibiendo así un protectorado sobre la zona norte del actual Marruecos. Un territorio montañoso y pobre conocido como el Rif, sin carreteras y sin cartografíar; poblado por tribus guerreras, levantiscas y xenófobas; donde se acostumbraba a decapitar o castrar a los exploradores europeos que se aventuraban en aquella inhóspita región llamada Bled el Siba por los nativos, que significa "país no sometido", pues el Sultán nunca había logrado someterlo a su autoridad. España, que aún se estaba recuperando de la cruenta Guerra de Cuba y de la pérdida de las últimas colonias de ultramar frente a los Estados Unidos, sin duda quería rehacer su imperio colonial, pero no tenía el menor interés en desangrar al país por aquel terruño inconquistable. Prueba de ello es que ya en 1902, el ministro francés de exteriores, Théophile Delcassé, había propuesto a Mateo Sagasta un convenio para el reparto de Marruecos que también habría podido incluir las fértiles regiones de Tazza y Fez, tratado que, pese al interés de Sagasta, al ser éste sustituido por Francisco Silvela, quedó abandonado por el temor a soliviantar a Gran Bretaña y a perder por ello las históricas plazas de soberanía españolas en África.

      ¿Por qué se vio entonces España abocada a la conquista de una región tan agreste y poblada por guerreros tan cruentos e inquebrantables? Por Francia. En plena expansión colonial estaba particularmente interesada en la conquista del fértil y gran Marruecos, no sólo por sus riquezas, sino también por la cercanía con Francia y por la posibilidad de extender su poder sobre todo el norte de África uniendo  Marruecos con sus dominios en Argelia. Pero estaba el problema de Gran Bretaña, que no estaba dispuesta a que Francia controlara el otro lado del estrecho —tan cerca de Gibraltar— y extendiera de tal forma su poder e influencia en el Mediterráneo. ¿La solución? España. Otorgando el control del norte de Marruecos a una potencia menor como España y el resto a Francia, se alejaba el peligro de la hegemonía francesa en el Mediterráneo y de la amenaza sobre Gibraltar.  Es de este modo que España se vio abocada a la Guerra del Rif, más por los intereses franceses que por  los propios.

El punto de partida

revista nuevo mundo
General José Marina Vega (1850-1926)
en la revista Nuevo Mundo.
     En 1909 España sólo ocupaba en su zona correspondiente del protectorado las plazas históricas de Ceuta, Melilla, las Chafarinas, el peñón de Alhucemas y el de Vélez de la Gomera. Casi necesariamente la conquista debía partir de alguna de estas plazas fuertes. El azar quisto que fuera Melilla. El estado de anarquía permanente del Rif había degenerado en numerosos secuestros de europeos, así como en ataques a los trabajadores europeos de las minas y los ferrocarriles del Rif y otro tipo de incidentes de mayor gravedad. El 19 de julio de aquel año, uno de dichos incidentes culminó con la muerte de seis trabajadores del ferrocarril en las cercanías de Melilla. El entonces comandante general de Melilla, el general José Marina Vega, se vio obligado a abandonar los límites de la ciudad para garantizar la protección de los europeos del Rif, iniciando sin saberlo una cruenta guerra. Comenzaba así la Primera Campaña de España en Marruecos,más conocida como la Guerra de Melilla.

Los primeros combates

      En aquella primera salida el general Marina tomó las cercanas posiciones en las lomas del monte Gurugú de Sidi Musa, Sidi Ahmed y Sidi Alí; si bien el 18 de julio los rifeños contraatacarían logrando entrar en Sidi Ahmed, aún sin fortificar, sálvandose la posición sólo gracias a la heroica lucha de dos oficiales de artillería, un capitán y el comandante Royo, que murieron defendiendo los dos cañones de la posición.

      Cuatro días después los rifeños atacarían de nuevo varias columnas y posiciones españolas, causando 26 muertos y varios cientos de heridos, la mayor parte provocados, pese a la presencia en primera línea del general Marina, por la patente carencia de mapas y de información sobre el enemigo que padecían las tropas españolas.

El paso en falso: el desastre del Barranco del Lobo

melilla al fondo
Vista actual del Barranco del Lobo, con Melilla al fondo.
      El 27 de julio las líneas de suministro por ferrocarril de las posiciones avanzadas habían sido cortadas por los rifeños, motivo por el que el general Marina tuvo que ordenar al coronel Fernández Cuerda escoltar un convoy de mulas, cuyo flanco sería protegido a su vez por el general Pintos Ledesma. Los rifeños, que dominaban a la perfección el enmascaramiento y la ocultación, atacarían la columna de Pintos por el flanco, siendo fácilmente rechazados con el apoyo de la artillería española del fuerte de Camellos y del Hipódromo. Pero —aquí comenzó el desastre— en el transcurso de la refriega el general Pintos se metió por error y de nuevo por la terrible falta de mapas en el Barranco del Lobo, un recoveco fácil de hostigar en los altibajos del Gurugú. Así sucedió. Los españoles fueron emboscados, desatándose una cruenta lucha en la que caería el propio general Pintos y que no terminaría hasta que el coronel Axó acudiera en refuerzo con sus tropas y con la propia escolta del convoy de mulas. Una victoria pírrica en toda regla. Las bajas fueron devastadoras: 17 jefes y oficiales, 136 sargentos, cabos y soldados caídos; y más del doble de heridos.

El plan

Globo tipo cometa y tipo esférico en el Parque de
Aerostación de Guadalajara
    El general Marina, que entonces contaba ya con 17.000 soldados —valga como inciso que fueron precisamente los refuerzos de la Guerra de Melilla los que desataron en aquellas fechas los desafortunados incidentes de la Semana Trágica de Barcelona—, debía replantearse la situación. La principal carencia de las tropas españolas, el motivo por el que continuaban "metiendo estrepitosamente la pata", era la falta de mapas y el desconocimiento del enemigo. ¿Cómo solucionarlo? Con un arma innovadora, dotada de la más puntera tecnología y en cuya aplicación militar España había sido pionera: el globo aerostático.



desde la mar chica
El monte Gurugú en la actualidad
      Ya el día 26 se habían enviado hacia Melilla desde el Parque de Aerostación de Guadalajara dos globos, el Reina Victoria de tipo cometa, y el Urano, esférico. Tenían tres objetivos: adquirir conocimientos del campo elaborando mapas y sacando fotografías, la observación del enemigo y sus movimientos, y la corrección del fuego de artillería. Exactamente lo que había faltado en el Barranco del Lobo y los combates anteriores. Por el destacamento de globos pasarían 7 oficiales y 118 sargentos, cabos y soldados. El plan era recopilar información con los globos e ir rodeando el Gurugú —posición clave en la región donde se escondían los rifeños— de posciones españolas de cara a su acometida final, siempre guiando el fuego de artillería desde los globos, a los que se ataría un cable telefónico para transmitir instantáneamente la información. El dos de agosto ya estaban listos para actuar.

La prueba de fuego

Bombardeo de la artillería española a los soldados rifeños
 cercanos al Gurugú desde el Fuerte Camellos en 1909.
      El 3 de agosto los rifeños atacarían el blocao Velarde —una pequeña fortificación avanzada—, saliendo a enfrentarlos una pequeña columna mandada por el entonces coronel Miguel Primo de Rivera —nada le haría sospechar en aquel momento bajo el fuego enemigo que años después él mismo pondría fin a la guerra ya como dictador—. El capitán Gordojuela se elevó rapidamente con el Urano desde el Hipódromo, descubriendo un campamento rifeño con 300 o 400 combatientes y transmitiendo inmediatamente la posición por cable a las baterías de Fuerte Camellos, donde se enterraron las cureñas de los cañones para ganar alcance, bombardeando el campamento enemigo con una precisión milimétrica, provocando una matanza y dispersando a los supervivientes. Ese mismo día se realizarían nuevas salidas en globo realizando mapas y tomando fotografías del Gurugú.

      Los globos habían demostrado su valía, repitiéndose en adelante las ascensiones para dirigir el fuego artillero desde tierra y desde los cruceros en el Mediterráneo.

El resultado de la nueva estrategia

      Los avances fueron ya sistemáticos y se sucedieron uno tras otro, siendo frecuentes los episodios de heroísmo como el sacrificio del cabo Noval. El 25 de septiembre tropas españolas tomaron Tauima y Nador, el 27 Zeluán y el 29, al fin, se plantó la bandera española en la cima del monte Gurugú.

Soldados del Batallón de cazadores de Tarifa en las proximidades de Nador.

      El 30 de septiembre los globos volvieron a demostrar su valía al alertar de la presencia de más de 16.000 soldados de las cabilas del Rif en las cercanías permitiendo la retirada escalonada de las tropas de reconocimiento, no dejando atrás ni un solo soldado herido y no llegando a perderse ni una pieza de artillería, que se retiraban una a una cubriendo las últimas a las primeras. Una situación similar se daría el 17 de octubre, con la complicación de que los rifeños llegarían a cortar el cable telefónico, salvando la situación transmitiéndo las órdenes a golpe de bocina.

      Cuando las tropas españolas avanzaran el 7 de noviembre sobre Hidum y Taguilmamin guiados por globos, los rifeños habían sufrido ya de manera tan sangrante la precisión de la artillería guiada por globo, que se limitaban a abandonar sus posiciones en cuanto veían a los globos acercarse y a vigilar los avances españoles en la distancia. La eficacia de los globos militares españoles era proverbial.

Se acerca el final

      El 8 de noviembre, sintomático de la inminente victoria, el diario ABC publicaba las siguientes declaraciones del general Marina:

El objetivo de la campaña, en lo principal, se puede dar por terminado. Nuestra línea militar tiene ya longitudinalmente cerca de 100 km y ejercemos, si no soberanía, porque esta palabra estaría reñida con el Acta de Algeciras, protección, mejor dicho, dominio, en un territorio que abarca un área de 300 km cuadrados aproximadamente.

      El general Marina, un personaje carismático y tras la guerra, también popular, encarnaba a la perfección el espíritu del guerrero caballeresco y noble:

Hemos hecho esta guerra como cumple realizarla a una nación civilizada que se ve obligada a castigar y ocupar territorios. Pero nuestra guerra, la guerra de una nación en estos momentos y en esta forma, no es, no puede ni debe ser la guerra de los vándalos y suevos; no es la guerra de exterminio y explotación —¡cuán equivocado estaba, como se descubrirá tras la salvaje masacre de Annual y el implacable desembarco de Alhucemas!—.


El final de la campaña de 1909

      El 18 de noviembre se realizó el primer plan de operaciones a distancia de la historia, reuniéndose el Estado Mayor en Madrid para estudiar a más de 800 km del frente las fotografías aéreas tomadas desde los globos y decidir los siguientes pasos, señal todo ello del carácter premonitorio de la Guerra de Melilla, que avanzaba los rasgos característicos de la guerra moderna. En aquella conferencia se decidió terminar la campaña con una operación victoriosa, ocupando algún objetivo de importancia táctica, estratégica y política.

General Marina a caballo dirigiendo a la tropa en 1909.
      El objetivo seleccionado para la última operación de la campaña sería la meseta de Atlatén. El 26 de noviembre el general Marina dirigiría personalmente, secundado por el globo Urano, a los 17.000 infantes, 2.000 jinetes y 11 baterías de artillería que la asaltarían. Para ello dividiría las tropas en tres columnas, de las cuales sería la del general Huertas la que llevara al globo elevado en su avance por el río Uixan y la del general Morales la única ligeramente hostilizada, pues de nuevo el globo demostró su efectividad para ganar batallas sin necesidad de cruentos combates, espantando a los rifeños con su sola visión. Los dos jefes rebeldes, El-Mizzián y El-Chadly, huyeron de la zona y los españoles tomaron la meseta sin sufrir ni una sola baja.

      Al día siguiente cuatro caídes de Beni Sidel y una delegación de los cadías de Beni Bu Ifrur se presentaron en Nador ante el general Marina ofreciendo sumisión y pidiendo la protección de España. La Primera Campaña de Marruecos, la llamada Guerra de Melilla, había terminado. Las tropas españolas habían pacificado la zona de Melilla, protegido a los trabajadores europeos del ferrocarril, y extendido sus dominios más de 300 kilómetros cuadrados; habían hecho uso de innovaciones tecnológicas sin precedentes y exprimido al máximo la tecnología del globo aerostático, pero la Guerra del Rif no había hecho más que empezar.

Curiosidades

Cromo de 1921 del general Marina sobre la Campaña de 1909.

     Esta primera campaña fue muy popular en España, llegando a imprimirse todo tipo de historietas e incluso cromos con las hazañas y avances de la contienda. El general Marina se convirtió en un personaje popular y corrieron canciones y rimas sobre las victorias —incluidas las amargas como el desastre del Barranco del Lobo—.



      Los soldados de la compañía de aerostación volaron a Madrid, donde fueron recibidos como héroes con un gran desfile antes de regresar a su cuartel general en Guadalajara. Valgan como anécdota las memorias del capitán Herrera, que relatan con ironía como las coronas de laurel que les colocaron que tanto orgullo les causaban, no le producían sino un enorme apetito a su caballo, que trató de comérselas durante todo el desfile.

      El uso militar de los globos fue pionero y de una efectividad letal. La toma del Gurugú en actuación conjunta con los globos aerostáticos tuvo resonancia mundial. Prueba de ello es que los globos españoles fueron la mejor propaganda de su fabricante, la alemana August Riedinger, que utilizó las imágenes de los globos españoles de esta campaña en Maruecos en sus folletos de propaganda en los años posteriores. Los globos ya habían comenzado a emplearse con aplicación militar en la reciente Guerra Ruso-japonesa; pero tanto por la letal efectividad que alcanzaron como por la vital importancia que tuvieron en la victoria y en reducir el número de bajas, o quizá por la cercanía con Europa, lo cierto es que su resonancia fue mucho mayor en la campaña marroquí.

      El uso de los globos también fue pionero en el ámbito civil, comenzando a enviarse fotos tomadas desde los globos a los periódicos. Fueron avanzados de su tiempo los fotógrafos Ramón Alba de ABC y Campúa de Nuevo Mundo, que ascendieron en numerosas ocasiones en los globos acompañando a los soldados aerosteros y tomando algunas de las primeras fotografías aéreas de la historia para periódicos.


 FUENTES:
 *DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: Historia Militar Técnicas, estrategias y batallas, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.
*DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: España, tres milenios de historia, Marcial Pons, Madrid, 2007.
* CARR, Raymond: España de la Restauración a la democracia, 1875~1980, Ariel Historia, Barcelona, 2008.





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OTRAS ANÉCTODAS SOBRE AVIACIÓN:
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jueves, 19 de marzo de 2015

EL PRIMER PLAN DE OPERACIONES A DISTANCIA DE LA HISTORIA: la conferencia de la Guerra de Melilla (1909)

Antecedentes

      En julio de 1909 España se había visto arrastrada por el juego de las grandes potencias a una indeseada guerra contra las indómitas cabilas del Rif, comenzando así la Primera Campaña en Marruecos, más conocida como la Guerra de Melilla.

      El 21 de octubre de 1909 caía, muy influido por la Semana Trágica de Barcelona y el Desastre del Barranco del Lobo, el gobierno del conservador Antonio Maura; subiendo así al poder el liberal Segismundo Moret. Ese mismo día tomaba posesión el nuevo ministro de la Guerra, el teniente general Agustín Luque y Coca. Entre los primeros actos del nuevo ministro de la Guerra estuvo el aprobar un crédito extraordinario de 67.610.420 pesetas para las operaciones en África, reflejo del deseo del nuevo Gobierno de poner fin a la guerra.

La anécdota

ministro de guerra español
General Agustín Luque y Coca,
ministro de Guerra de España.
 // Fotografía de Kaulak.


      En noviembre de 1909 esta primera fase de la guerra estaba tocando a su fin. Con vistas a terminar la guerra con una operación victoriosa de ocupación de algún enclave de importancia táctica, estratégica y política que pudiera reforzar al nuevo Gobierno; el 18 de noviembre se celebró una conferencia telegráfica entre el ministro de la Guerra, el general Luque, y el general al mando de las operaciones en el frente de Melilla, el general José Marina Vega. Se decidió que el objetivo a conquistar para poner fina a la campaña sería la meseta de Atlatén.




en el RIF 1909
General Marina, comandante
genral de Melilla en 1909.

      Fue la primera vez en la historia en que las fotografías aéreas se estudiaban a más de 800 kilómetros del frente por un Estado Mayor —reunido en Madrid— sin ver un solo palmo de terreno pero proponiendo un plan de operaciones basado en el completo conocimiento de la zona. Valga recordar que la Primera Campaña de Marruecos había sido pionera en el uso de los globos, desde los que se cartografiaba el terreno, se tomaban fotografías del campo enemigo, se observaban los movimientos del contrario y se corregía con precisión letal el tiro de la artillería. Todo ello acelerado con el empleo de hilo telefónico atado al propio globo aerostático.


      El resultado de la conferencia fue la toma de la meseta de Atlatén el 26 de noviembre sin sufrir una sola baja, poniendo así fin a la Primera Campaña de Marruecos o Guerra de Melilla. Los españoles dominaban ya una zona de más de 300 kilometros cuadrados partiendo de Melilla.


1880 junto a Cibeles
Ministerio de la Guerra en Madrid en 1880 junto a Cibeles.

      Fue una campaña pionera en el uso de la tecnología para la guerra, quizá una premonición de la eficacia genocida que alcanzaría el desarrollo tecnológico y armamentístico en la inminente Primera Guerra Mundial.

 FUENTES:
 *DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: Historia Militar Técnicas, estrategias y batallas, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.






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EL CABO NOVAL: el soldado que con su vida salvó a todo un campamento

de Mariano Benlliure
Monumento al cabo Noval en la Plaza de Oriente
en Madrid. Obra de Mariano Benlliure.
Antecedentes

      En 1909 España, que acababa de perder sus últimas colonias de ultramar, luchaba una guerra de conquista en Marruecos empujada por Francia. La campaña de aquel año pasó a la historia como la Primera Campaña de Marruecos o la Guerra de Melilla.
   
      Luis Noval Ferrao, popularmente conocido como el cabo Noval, fue un soldado español oriundo de Asturias que ingresó en el Tercer Regimiento de Infantería del Príncipe, fue destinado a Marruecos y participó en la toma del Zoco el Had de Beni Sicar en septiembre de 1909.

La anécdota

      La noche del 27 al 28 de septiembre el cabo Noval recorría los puestos exteriores del recién conquistado Zoco cuando fue víctima de un ataque nocturno de los rifeños, cayendo prisionero mientras se retiraba hacia la posición principal con otros dos centinelas.

      Los moros le amenazaron ordenándole gritar "¡somos españoles!" y a dar el santo y seña, pero Noval no era hombre nacido para ser doblegado. Cuando se aproximaban al campamento español, haciendo acopio de toda su valentía, consciente de que su destino era la muerte y en un alarde de entereza y amor a su patria y a sus hermanos de armas gritó: "Tirad sobre nosotros, que son moros los que vienen conmigo! ¡Fuego! ¡Viva España!" Los soldados de la posición obedecieron y abrieron fuego sobre la voz que les gritaba. Al amanecer encontraron el cuerpo de Noval junto a los de dos moros. Noval, con su sacrificio, había salvado la recién conquistada posición y la vida de todos sus compañeros que se guarnecían en el interior.

      Sirva como refuerzo de su hazaña que la costumbre de las cabilas del Rif con los prisioneros españoles que rendían su posición siguiendo la doctrina de la "guerra entre caballeros" de los europeos en el siglo anterior, era, en el mejor de los casos, la decapitación. Pasando por castraciones, violaciones y todo tipo de torturas. Sin duda salvó a sus compañeros, a sus hermanos de armas, de una muerte horrible.

Tras su muerte

      Por su sacrificio se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando. Su gesta se convirtió en símbolo del patriotismo español, levantándose un monumento en su honor en 1912 en la mismísima Plaza de Oriente de Madrid, frente al Palacio Real, y cercado por las estatuas de los prístinos monarcas ibéricos que desde sus pedestales parecen admirar la gesta del humilde soldado.


 FUENTES:
 *DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: Historia Militar Técnicas, estrategias y batallas, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.



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miércoles, 18 de febrero de 2015

¿Puede un solo soldado decidir una batalla? -> EL COMBATE DE FLAMBOROUGH HEAD


      El 23 de septiembre de 1779, en plena Guerra de Independencia de EE.UU., dos naves, el Bonhomme Richard de la armada norteamericana y el HMS Serapis de la Royal Navy, se enfrentaron en mortal duelo en aguas del mar del Norte. La hazaña de un soldado anónimo decidiría el curso de la batalla.

duelo naval británicos vs biratas norteamericanos
Recreación de un duelo naval entre británicos y piratas americanos de la saga de videojuegos Assassin´s Creed.

ANTECEDENTES

      Desde el estallido de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos en 1773, se hizo patente la necesidad de crear una armada capaz de atacar las líneas de suministro británicas en alta mar. En 1775 nacía así la armada de los EE.UU., que progresivamente ganaría en potencia y capacidad. La inmensa mayoría de las naves norteamericanas eran entonces mercantes reconvertidos, que no obstante se adentraban con una frecuencia cada vez mayor en aguas internacionales en busca de naves de suministro británicas, llegando en algunas ocasiones incluso a las mismísimas costas de Inglaterra.



por Charles Wilson Peale
Capitán John Paul Jones (1747-1792). Obra de
Charles Wilson Peale, pintado durante la estancia
 de Jones en EEUU en 1981 para que el Congreso
 aprobara la concesión de la Cruz Francesa del 
Mérito Militar (oro sobre cinta azul en el retrato).
LOS CONTENDIENTES

      Uno de estos buques mercantes reconvertidos en naves de guerra fue el mercante francés transformado, armado con 42 cañones y renombrado como Bonhomme Richard. Estaría mandado por el mismo que lo renombrara, el mítico capitán John Paul Jones (John Paul de nacimiento, añadiría posteriormente "Jones" para darle un toque más romántico), brillante e intrépido marino originario de Kirkbean (Escocia) al servicio de los EE.UU. en la Guerra de la Independencia, considerado junto a John Barry padre de la armada norteamericana y cuyas hazañas en aguas británicas le darían fama mundial.

      Intrépido y aveces temerario, Jones llegó a adentrarse tanto en aguas británicas como aquel 23 de septiembre de 1779, cuando se topara frente a Flamborough Head (un cabo en Inglaterra) con la flota de mercantes británicos del Báltico, escoltados por el HMS Serapis, de 44 cañones y capitaneado por Richard Pearson.




LA ANÉCDOTA


Grabado sobre la mítica batalla de Flamborough Head entre el
Bonhomme Richard (ardiendo en la imagen) y el HMS Serapis el
 23-9-1779, actualmente accesible en la Bilblioteca del
Congreso de los Estados Unidos.
      Al avistar a la flotilla John Paul Jones se aproximó a la misma sin izar la bandera norteamericana, si bien el cauto capitán Richard Pearson, "por si las moscas", preparó al Serapis para el combate. Cuando se encontraron a unos 90 metros, Jones izó la bandera y ambos navíos abrieron fuego. Con la segunda andanada dos de los cañones del Bonhomme Richard explotaron, entonces Jones viró para barrer las cubiertas del Serapis, pero el viento viró en su contra y ambas naves quedaron trabadas proa con popa en proverbial combate digno de la más espectacular escena de la saga hollywoodiense de Piratas del Caribe. Tras más de 3 horas de intenso combate disparando a quemarropa y con varios cañones menos, los daños del Bonhomme Richard eran ya inasumibles y el barco comenzaba a hundirse. Cualquier capitán medianamente cauto y diligente habría optado por rendirse y salvar la vida de la tripulación, pero John Paul Jones no era un capitán cualquiera. Impetuoso, temperamental, ávido de gloria y dispuesto a pelear hasta el último hombre y a hundirse con su nave y su tripulación, Jones ordenó proseguir con la lucha con su hoy mítica sentencia "¡todavía no he empezado a combatir!". Una decisión que, dadas las circunstancias, lo normal es que le hubiera llevado a una pronta muerte encumbrándose como mártir de la causa de los rebeldes norteamericanos. En cambio los caprichos del azar tenían planeado otro destino para Johne Paul Jones, pues en desventaja numérica, con menos cañones y el barco hundiéndose; un miembro anónimo de la tripulación de Jones se encaramó a la jarcia arrojando con todas sus fuerzas —quizá con gran pericia, quizá investido por la fortuna de alguna quimérica alineación planetaria— una granada que se coló por la escotilla del Serapis, topando casualmente con un cúmulo de municiones y provocando una explosión que acabó con gran parte de la tripulación y destruyó los cañones de la cubierta inferior provocando el caos. El cauto capitán Pearson, que hasta entonces había dominado la situación con templanza y precaución, actuó en forma contraria a Jones y se rindió ante el victorioso capitán. Un simple infante lo había logrado, había cambiado el curso de la batalla.

CONSECUENCIAS

      Jones contó 150 muertos o heridos de 322,  Pearson 130 de 284 y el convoy británico escapó. Sobre el papel era una victoria británica. Pero en verdad Jones había logrado la mayor victoria de la armada norteamericana hasta el momento, había rendido a un capitán británico y capturado su nave. Ello le haría merecedor de la Cruz Francesa del Mérito Militar (ver retrato), que recibió del manos del mismísimo Luis XVI en 1780, omnipotente monarca al que por entonces ni por asomo se le ocurriría pensar que iba a ser depuesto 9 años despúes y guillotinado en 1793 en la Plaza de la Revolución.

      La condecoración sería aprobada el año próximo (1781) por el Congreso de los Estados Unidos, prueba de la fama mundial que había logrado, pues fruto de su consabido narcisismo y su impetuoso temperamento, se había granjeado numerosos enemigos en las altas esferas de la nueva nación americana, lo que no fue obstáculo para que se reconocieran sus hazañas y su aportación a la causa estadounidense.

      Por ello, podría haber optado como otros foráneos adheridos a la causa de la revolución americana y convertidos en héroes de la independencia como el barón Von Steuben, por terminar sus días viviendo de rentas en la nueva nación que se alzaba firme en el "Nuevo Mundo", pero John Paul Jones no era hombre capaz de vivir de rentas, su patria era la mar, su hogar la nave de combate y su razón la gloria militar. Optó por seguir combatiendo donde pudiera, alistándose en la Flota Imperial Rusa como comandante e incrementando así su fama y sus hazañas en la guerra contra el Imperio Turco hasta su traslado a París en 1790 para morir dos años después. Si bien sus restos serían trasladados a Estados Unidos en 1913 para ser depositados en la capilla de la Academia Naval de Annapolis, donde aún a día de hoy continúa siendo recordado como el gran hombre que fue: un alma libre, un héroe, un aventurero y un gran estratega; pero ante todo, un marino.

FUENTES:
*DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: El arte de la guerra: estrategia militar hasta el siglo XX, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.
*GRANT, R.G.: 1.001 batallas que cambiaron el curso de la historia, Grijalbo, 2012, Barcelona.


PÁGINAS DE INTERÉS:
- Sección de la Guerra de Independencia de EE.UU. del Servicio de Parques Nacionales de los EE.UU.

OTRAS ANÉCDOTAS SOBRE LA INDEPENDENCIA DE LOS EE.UU.:
- EL BARÓN VON STEUBEN: el renegado que sentó las bases del ejército de los EE.UU.

OTRAS GRANDES DERROTAS DEL IMPERIO BRITÁNICO:
- MEDIOHOMBRE: el almirante que evitó que Hispanoamérica cayera bajo dominio británico.

miércoles, 4 de febrero de 2015

El renegado prusiano que sentó las bases del ejército de los EE.UU.: EL BARÓN VON STEUBEN

Este artículo está dedicado a los amantes de las anécdotas históricas de los EE.UU., la segunda comunidad de lectores más asidua y numerosa de Tus Anécdotas Históricas después de la española. A ese fiel 26% de lectores, a todos vosotros: GRACIAS.

El barón von Steuben (1730-1794).// Pintura de
Ralph Earl de la 2ª mitad del s.XVIII.


      Friedrich Wilhelm Ludolf Gerhard Augustin von Steuben, más conocido como el barón von Steuben, fue un excéntrico oficial prusiano nacido en 1730 en Magdeburg (Prusia por entonces, Alemania en la actualidad). Cualquier nexo aparente de unión entre Steuben y la independencia de los EE.UU. es a todas luces, cuanto menos, inverosímil. Sin embargo un pequeño pero azaroso desencadenante conduciría a este rígido oficial prusiano al tablero americano en plena Guerra de Independencia. En 1763 perdería su puesto en el ejército prusiano por razones no del todo claras, si bien una de las teorías defiende que se debió a su presunta homosexualidad. Desempleado y sin más oficio a sus espaldas que sus dotes militares, se presentó ante George Washington en el cuartel general de invierno del Ejército Continental en febrero de 1778. Un gesto impulsivo de un rígido oficial prusiano que terminaría inclinando la balanza a favor de los rebeldes americanos.


El panorama a su llegada

de Gilbert Stuart
George Washington (1732-1799).
Por Gilbert Stuart en 1796. Hoy
en la Casa Blanca.
      Sería entonces en febrero de 1778 cuando el barón von Steuben se presentara en Valley Forge ante George Washintgon, comandante en jefe de un ejército de rebeldes, más bien una horda indisciplinada y sin entrenamiento militar. Basta recordar que el llamado "Ejército Continental" en aquel momento se componía de una enorme masa de pseudomilicianos sin experiencia bélica alguna, más allá de los cazadores de la zona occidental, pioneros colonos de una región donde la lucha por la supervivencia era constante, famosos por su puntería y su entereza ante las adversidades, pero terriblemente indisciplinados; así como un reducido número de veteranos del ejército británico que apenas lograban mantener un mínimo de disciplina y cohesión. La misión de Steuben se mostraba prácticamente imposible. Aún así, en aquella entrevista con Washington, el barón se ofreció como instructor sin paga. Como no podía ser de otra forma, Washinton saldría encantado de la entrevista, pues aquel rígido oficial prusiano parecía perfecto para transformar a la turba de reclutas ignorantes que tenía a sus órdenes en un entrenado y disciplinado ejército. Steuben se pondría inmediatamente manos a la obra. Como buen alemán (prusiano en realidad), no era hombre que gustara de perder el tiempo.

     Desde el primer minuto su excéntrica personalidad le granjeó el respeto y admiración de la tropa. El barón, que comenzó instruyendo reclutas que hasta carecían de uniformes, daba la instrucción con su uniforme completo de gala maldiciéndoles y gritándoles en alemán a cada fallo o indisciplina de sus subordinados. El principal problema de Von Steuben fue el idioma, pues apenas hablaba inglés, lo que solventó haciéndose acompañar las 24 horas de un traductor, a quien a menudo le gritaba: "¡Aquí! ¡Maldícele a éste de mi parte!".
   

El programa de adiestramiento

      Para agilizar la instrucción y hacerla notablemente más eficaz, redactó un programa de instrucción. Dicho programa articuló un sistema de adiestramiento progresivo consistente en crear una compañía modelo de 180 hombres escogidos por su disciplina y capacidad, que más tarde instruirían a otros voluntarios a nivel de regimiento y brigada.

edwin austin abbey
El barón Von Steuben entrenando a la tropa en Valley Forge el invierno de 1778.// Obra de Edwin Austin Abbey (1852-1911). Mural de la capilla de la Casa de Representantes de Pensilvania del Capitolio del Estado en Harrisburg.
      El adiestramiento comenzaba a nivel de soldado raso individual con y sin arma, para después pasar a instruir a todo el regimiento. Más tarde el oficial al mando de cada compañía sería a su vez encargado de la instrucción de los nuevos reclutas que llegaran a su compañía. Con intención de tornar en todavía más ágil y eficaz la instrucción, el barón redactó asimismo un simplificado manual de manejo de armamento.

El Manual

      En aquella época afinar la puntería era algo que requería demasiado tiempo de entrenamiento con los rudimentarios fusiles de la época, siendo que los combates normalmente se entablaban a menos de 50 metros de distancia. El barón Von Steuben era consciente de ello. La clave radicaba en la velocidad de disparo. Por eso se concentró en lograr que  la tropa fuera capaz de disparar una descarga cerrada, recibir otra de un enemigo ya diezmado —por lo que sería menos efectiva— y volver a disparar antes que el contrario, que ya quedaría completamente diezmado y con una capacidad de combate ínfima. Para ello era necesario entrenar la instrucción en orden cerrado hasta que los movimientos de recarga del fusil alcanzaran una perfección mecánica. Dicho manual lograba una descarga con 10 voces de mando y 15 movimientos entre descarga y descarga siguiendo este esquema:

                         1ª voz: ¡Medio amartillar la llave! => 2 movimientos.
                         2ª voz: ¡Coger cartucho! => 2 movimientos.
                         3ª voz: ¡Cebar! => 1 movimiento.
                         4ª voz: ¡Cerrar cazoleta! => 1 movimiento.
                         5ª voz: ¡Cargar el cartucho! => 2 movimientos.
                         6ª voz: ¡Coger la baqueta! => 2 movimientos.
                         7ª voz: ¡Empujar el cartucho! => 1 movimiento.
                         8ª voz: ¡Retirar la baqueta! => 2 movimientos.
                         9ª voz: ¡Amartillar la llave! => 1 movimiento.
                         10ª voz: ¡Fuego! => 1 movimiento.

      El soldado practicaba y repetía dicho esquema individualmente hasta haber alcanzado destreza suficiente —lo que solía ocurrir con bastante celeridad—, momento en el que era colocado en grupos de 3 y más tarde de 12 para que asimilara que no era peligroso hacer los movimientos tan juntos y en grupo si se hacían bien y perfectamente sincronizados. Algo esencial en la guerra del siglo XVIII. Se le enseñaba además a marchar a izquierda y derecha, a marchar en columna y a desplegar en línea. Se le inculcaba a fuego la idea de que la alineación era fundamental para para lograr buenas descargas con seguridad.

      Igual de importante que la velocidad de disparo era el uso de la bayoneta, pues muchas veces decidía el lado por el que se decantaba una batalla cuando ambas fuerzas estaban parejas, una de ellas ni siquiera tenía bayonetas con las que frenar la carga o estaban mal entrenadas en su uso. Este era el auténtico talón de Aquiles del ejército continental, compuesto por tropas que muchas veces no tenían bayonetas, y cuando las tenían las usaban más como instrumento de cocina o herramienta que como arma de combate, lo que les había hecho perder más de una batalla y depender de su fuego para ganar batallas —véase Lexinton y Bunker Hill—. Por ello Von Steuben se centró particularmente en conseguir cargas a la bayoneta verdaderamente efectivas.


La prueba de fuego: la batalla de Monmouth

      Sería el 28 de junio de 1778 cuando los hasta entonces indisciplinados reclutas de Steuben deberían demostrar su adiestramiento y valía frente al ejército más poderoso del mundo: el ejército británico.  En aquel verano el nuevo comandante brtánico, el general Henry Clinton, recibió órdenes de adoptar una estrategia defensiva —consecuencia de la derrota de Saratoga y la reciente entrada de Francia en la guerra—. Por ello se dirigió con su ejército desde Filadelfia hacia Nueva York en el norte.
      Washington, que gozaba de una notable red de espías, conoció de sus movimientos y se dirigió rápidamente a interceptarlo. Una avanzadilla americana de 5.000 hombres al mando de Charles Lee contactó con un destacamento británico de unos 1.500 hombrees, que enseguida se vio reforzado por otros 5.000. Las tropas americanas cedieron ante las disciplinadas tropas británicas y huyeron en desbandada. La eterna historia del ejércto continental en las primeras fases de la guerra parecía volver a repetirse. Si bien Washington, al llegar con el grueso de las tropas, logró volver a formar a las tropas que huían y desplegar ordenadamente a su ejército, unos 13.000 hombres que debían hacer frente a otros 13.000 británicos. A fuerzas parejas, raramente lograban los americanos hacer frente a los británicos. Pero esta vez sí. Los continentales, tras largos meses de entrenamiento y perfeccionamiento en Valley Forge, no sólo resistirían  ordenademente los ataques ingleses, sino que lograrían rechazarles e incluso lanzar varios contraataques a la bayoneta —algo en lo que se volvieron mortalmente eficaces, como se mostraría un año después con la victoria de Stony Point, en la que la carga a la bayoneta decidiría la batalla— hasta la caída del sol. Diezmados y agotados, los británicos huyeron durante la noche hasta la costa, donde serían evacuados por la Royal Navy. Las bajas americanas fueron de 109 muertos y 161 heridos frente a los 207 y 170 británicos. Una victoria. El barón Von Steuben había logrado transformar una turba de reclutas sin adiestramiento en disciplinados y eficaces soldados. Ello le valdría el rango de general de división del ejército continental.

emanuel leutze
Washinton reorganizando a las tropas en la batalla de Monmouth (1778).//
Obra de Emanuel Leutze en 1854.


La otra gran aportación de Von Steuben: 
la organización de los campamentos

      Los campamentos militares americanos del momento eran una amalgama caótica de tiendas y cabañas donde los hombres hacían sus necesidades por doquier y los animales que morían o eran sacrificados, tras ser despojados de las partes aprovechables, quedaban abandonados en el mismo lugar en que caían. En tal situación las enfermedades se sucedieron e incluso produjeron más bajas que los propios combates. El barón le puso fin. Creó un plan para la distribución de las tiendas con hileras para el mando, los oficiales y la tropa; creando calles de tiendas por compañías y regimientos. Además dispuso que las letrinas y las cocinas se colocaran en extremos opuestos del campamento, estableciendo las primeras, siempre que fuera posible, río abajo o en la parte más baja de la colina. La mejora del aspecto sanitario fue más que patente. La proverbial organización germánica hizo aparición en el ejército estadounidense. Y lo hizo para quedarse, pues dichas normas de acampada y sanidad seguirían en vigor dos siglos después.

El final de la guerra

      Ascendido tras la batalla de Monmouth, el barón Von Steuben serviría bajo las órdenes del carismático Marqués de Lafayette en Virginia cuando el general británico Charles Cornwallis invadiera el estado, participando así en la decisiva batalla-asedio de Yorktown en septiembre-octubre de 1781, en la que 9.000 soldados estadounidenses bien adiestrados por Von Steuben y 7.000 soldados franceses hostigaron y asediaron a los 7.200 soldados británicos y alemanes de Cornwallis hasta lograr la rendición el 19 de octubre, acabando así las grandes operaciones de la Guerra de Independencia, que no obstante continuaría otros dos inútiles años. Estados Unidos se alzaba así en el concierto de las naciones con un aún reducido pero diestro y bien entrenado ejército, cuyos robustos cimientos se debían la capacidad, la disciplina, el carisma y la rigidez germánica de un hombre: el baron Von Steuben.

RECREACIÓN DE LA RENDICIÓN DE YORKTOWN EN LA PELÍCULA EL PATRIOTA, DE ROLAND EMMERICH (2000), EN V.O.:

En el vídeo puede apreciarse al general Cornwallis preguntándose como ha podido ser derrotado por una "chusma de campesinos".


charles willson
El barón Von Steuben entrado en edad.
Obra de Charles Willson Peale.
Tras la guerra

      Von Steuben, que podría haber optado por volver a su patria natal rico y victorioso, optó por asentarse en la nueva nación que tanto le había dado y por la que tanto había dado él, afincándose en Nueva York en unos terrenos cedidos en agradecimiento por sus servicios a la patria y con una pensión vitalicia. Von Steuben pudo elegir. Y eligió a los Estados Unidos.


FUENTES:
*DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: El arte de la guerra: estrategia militar hasta el siglo XX, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.
*GRANT, R.G.: 1.001 batallas que cambiaron el curso de la historia, Grijalbo, 2012, Barcelona.
*Sociedad histórica Bergen County
*HISTORY CHANEL: Historia de los Estados Unidos - Capítulo 2: Revolución.
                [El Barón Von Steuben aparece en el minuto 30]

ENLACES DE INTERÉS:
- Web de la Sociedad Histórica Bergen County

OTRAS GRANDES DERROTAS DEL IMPERIO BRITÁNICO:
- MEDIOHOMBRE: el almirante que evitó que Hispanoamérica cayera bajo dominio británico

OTRAS ANÉCDOTAS SOBRE LA INDEPENDECIA DE LOS EE.UU.:
- FLAMBOROUGH HEAD: Cuando un solo soldado decidió la batalla




martes, 16 de diciembre de 2014

CÓMO HUNDIR UN BUQUE CON UNA BOTELLA: La Defensa de Malta (1940-1943)

Lanchas rápidas italianas atacando Malta bajo el fuego de los
Spitfire ( 26 /7/1941, grabado del Malta at War Museum)
      Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial la isla de Malta —entonces bajo dominio británico—, se convirtió en centro de operaciones vital y estratégico desde el que atacar los convoyes italo-alemanes en el Mediterráneo o proteger los de los aliados. Pues Malta no solamente era pieza esencial de las líneas de abastecimiento británicas desde Gibraltar hasta Egipto, sino también punta de lanza desde donde atacar los convoyes italo-alemanes que abastecían a  sus ejércitos de África o incluso las propias bases navales del sur de Italia. Conscientes de lo esencial de la isla, las fuerzas del Eje la sometieron a duros e incesantes bombardeos desde 1940. La escasez de combustible, municiones y alimentos llegaría a ser alarmante.

A situaciones desesperadas, medidas desesperadas

Sir Hugh P. Lloyd en junio de 1941
(foto del MW Museum)
      El jefe de las fuerzas aéreas de la RAF encargadas de la defensa de Malta era el vicemariscal del aire —equivalente a un general de división— Sir Hugh Pughe Lloyd, de nombre cómico e ideas todavía más estrambóticas. Pero efectivas. Conocedor de la brutal carestía de todo tipo de pertrechos y, en particular, de aquellos que ostentaban un carácter más opulento como el alcohol; Sir Hugh decidió premiar con una botella  de ginebra Plymouth por cada barco enemigo hundido a la unidad que lo mandara a pique.

Ginebra Plymouth


¿El resultado?


       Dada la extremada dificultad para conseguir bebidas alcoholicas en la asediada isla, la medida fue en extremo apreciada por unos combatientes, los pilotos de la RAF, que partían cada día al combate conscientes de que podía ser su último vuelo —como efectivamente fue para la inmensa mayoría—. Una sana y efervescente competitividad haría mella en los pilotos de las fuerzas aéreas británicas de Malta.


Algunos de los 47 Spitfires que repostaron el 20/4/1942 (día
en que se tomó la fotografía, hoy en el MW Museum) en el
US Wasp. La inmensa mayoría serían derribados en menos de
48 horas.
      Consecuencia de ello derribarían por término medio unas 35.000 toneladas de buques italianos al mes y mandarían al fondo del Mediterráneo la mitad de los suministros que los navíos italianos enviaban al norte de África. Y ello con unas fuerzas, que pese a estar previstas en 50 cazas de combate en 1940, contarían con unos 12 aeroplanos de media debido a los fuertes ataques italianos y alemanes, llegando incluso a contar con tan sólo 3 o 4 aparatos para la defensa en determinados momentos. Los británicos perderían 840 aviones en la Defensa de Malta frente a los 1.450 alemanes e italianos, que jamás conseguirían rendir la isla.

     Malta sería la espina clavada en medio de las línesas de abastecimiento del Eje en África hasta la rendición de Italia el 8 de septiembre de 1943.


Buques de guerra italianos rumbo a Malta para su entrega a
los aliados tras la rendición de Italia (fotografía tomada el
10 de septiembre de 1943, hoy en el MW Museum)

    
Portada del Times de Malta del 8/9/1943,
dia de la rendición incondicional de Italia
(hoy en el Malta at War Museum)

FUENTES:
*DE MONTOTO Y DE SIMÓN, Jaime.-DE MONTOTO Y COELLO DE PORTUGAL, Jaime: Historia Militar Técnicas, estrategias y batallas, Libsa, Alcobendas (Madrid), 2013.
*MALTA AT WAR MUSEUM WEBSITE


ENLACES DE INTERÉS:
- Web del Museo MALTA AT WAR de Vittoriosa (Malta)


MÁS ANÉCDOTAS SOBRE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL:
- La breve historia de las gafas de Erwin Rommel


MÁS ANÉCDOTAS SOBRE AVIACIÓN:
- El primer piloto herido en combate de la historia: el capitán Montù
- Cuando los globos otorgaron la victoria: La Campaña de Melilla (1909)

jueves, 4 de diciembre de 2014

MARATÓN: LA BATALLA QUE SALVÓ EL MUNDO OCCIDENTAL

        La libertad, la suerte, la desesperación, el ingenio  y el valor
                             cambiaron el rumbo de la historia

grabado
Reconstrucción de la Batalla de Maratón (490 a.C.)
      El 490 a.C. todas las ciudades de Grecia salvo Atenas y Esparta se habían sometido al Imperio Persa. Oriente se imponía a Occidente. Una quimera social conocida como democracia —del griego demos (pueblo) y krátos (poder o gobierno), luego gobierno y poder del pueblo— se debatía entre el sometimiento y la extinción o la lucha. Si Atenas caía o se sometía, la democracia, toda Grecia, y con ellas la cuna de la cultura occidental, se desvanecerían para siempre antes de dar sus primeros pasos.

      Aquel verano de 490 a.C., el todopoderoso rey persa Dario I desembarcó en la llanura de Maratón con 25.000 hombres dispuestos a aniquilar a todo griego que no se sometiera. Frente a ellos, tan sólo 10.000 atenienes y unos cientos de aliados. Con una diferencia: estaban allí como ciudadanos libres, hombres desesperados que habían elegido enfrentarse a lo imposible antes que someterse.

      La inmensidad del prístino Oriente. La adolescencia de Occidente. En juego: una cultura, una civilización —la occidental— que pugnaba por sobrevivir. Aniquilación o victoria. El mundo tal y como lo conocemos estaba sobre el tablero. Pero ¿cómo se llegó a tan dramática situación?


EL CASUS BELLI

      Las tensiones entre griegos y persas tenían su origen en el destierro en 511 a.C. de Hipias , tirano de Atenas, por parte de los partidarios de la democracia apoyados por Esparta, recelosa del creciente poderío que Atenas había adquirido bajo el gobierno de los pisistrátidas. Hipias, como todo tirano que se precie —en el moderno sentido de la palabra—, padeció de una patente adicción al poder. Ello le conduciría a exiliarse donde más posibilidades tuviera de recabar la ayuda necesaria para volver a alzarse con él.  El lugar escogido sería Sardes, en la actual Turquía y en el prístino Imperio Persa. Sardes estaba bajo el control de Artafernes, el sátrapa de Lidia, que no era un sátrapa cualquiera sino el hermano del mismísimo Gran Rey Dario, amo y señor del mayor imperio que el mundo había conocido: el Imperio Persa. Un exilio perfecto para alguien que aspiraba a reconquistar su patria. Si bien los atenienses no estaban por la labor de devolverle el poder al tirano, por lo que no tardarían en exigir a Persia la entrega de Hipias para ser juzgado por sus crímenes. Obviamente Dario I se negó. No estaba dispuesto a entregar a un huésped tan valioso, que podría ser la llave de Atenas, a cambio de nada.

Dario (549-486 a.C.) en el trono secundado por su heredero Jerjes (rey
que se las vería con Leónidas y sus 300).// Relieve de los ss. VI-V a.C.
 original de Persépolis, hoy en Museo nacional de Teherán (Irán)

      Dicha negativa provocaría que al estallar la Revuelta Jónica, que en 499 a.C. levantara en armas a los griegos de Asia Menor contra el Imperio Persa, Atenas enviara veinte naves en ayuda de los jonios. Dicha revuelta, iniciada por Aristágoras, tirano de Mileto, sería efectivamente sofocada por los persas en 494 a.C. Dario reconquistaría Chipre, el Dardanelos y el Bósforo, tomaría Mileto y deportaría a sus habitantes a orillas del Tigris. Pero no se conformó. Continuó su avance conquistando Tracia, Macedonia e instaurando gobiernos leales en las islas Cícladas. El avance persa parecía imparable. Las ciudades griegas se sometieron una tras otra a la autoridad del Gran Rey. Tras la contundente victoria, únicamente dos ciudades rebeldes continuaban resistiéndose al dominio persa empecinadas en la defensa de su soberanía, su libertad y su estilo de vida: Atenas y Esparta.

      La victoria de Dario era absoluta. Su imperio se extendía desde el Indo hasta Europa. Parecía el comienzo de una nueva era, una era persa que gobernaría el mundo conocido en paz durante milenios. Sólo dos ciudades se interponían entre Dario y la era persa, dos minúsculas espinitas clavadas en el pie de un gigante. Especialmente una, la horma de su zapato, la misma ciudad que había osado apoyar la Rebelión Jonia contra el imperio, una simple pero próspera ciudad-estado que alardeaba independencia y libertad, un puñado de infelices que hablaban de dar el poder al pueblo y lo llamaban democracia, un fugaz experimento que pronto vería su fin: Atenas. Dario no podía permitir tal desvarío, estaba decidido a acabar con la rebeldía y la insurrección. Ya tenía el casus belli —castigar a los instigadores y colaboradores de la Revuelta Jonia—. Sólo faltaba la invasión.


PRELUDIO

      Por ello reunió la mayor flota jamás vista —200 naves— al mando de Artafernes, el mismo sátrapa que acogiera al tirano ateniense; y un potente ejército de 25.000 hombres bajo las órdenes de Datis, de los cuales 5.000 eran de la temible caballería persa. El propio Hipias acompañaba la expedición para recuperar el trono de Atenas como títere de los persas.

      La primera víctima serían las islas Cícladas. De ahí atacaron la isla de Eubea, aliada de Atenas que también había apoyado la Revuelta Jónica, tomando la capital, Eretria, tras un asedio de tan sólo seis días. La ciudad fue saqueada, quemada y los supervivientes de la matanza esclavizados y deportados a Persia. Los atenienses ya conocían el destino que les esperaba. Eran los siguientes. Así, las hordas persas se dirigieron al Ática en busca de su presa. El lugar escogido, Maratón, no era casual. Hipias, oriundo de Atenas, lo había seleccionado minuciosamente: una llanura donde la temible caballería persa podría maniobrar a sus anchas y fulminar a la infantería griega, protegiendo además su flanco por un pantano. Allí desembarcó el inmenso ejército persa que debía aniquilar a Atenas.


LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS

grabado
Reconstrucción de un
soldado persa.
      Los Persas contaban con grandes bazas. La más evidente su abrumadora superioridad numérica. La cifra más aceptada va de 25.000 a 30.000 hombres, duplicando y casi triplicando al ejército ateniense. Otra de ellas era la caballería, expertos jinetes de las estepas del imperio, certeros en el ataque a distancia, el hostigamiento, las falsas retiradas, el envolvimiento y la persecución a tropas en retirada. También destacaban los arqueros, que brillaban por su ausencia en el bando griego, pues los propios infantes persas, además de las armas "cuerpo a cuerpo", solían portar arco y flechas, lo que otorgaba un número proverbial de arqueros a las filas persas. Si añadimos a esto que los griegos carecían de caballería, el resultado es el necesario hostigamiento de las filas griegas en cualquier tipo de inicio de hostilidades. Por último, los persas contaban con un aura de invencibilidad, pues jamás un ejército griego había derrotado a uno persa en campo abierto, ingrediente moral que favorecía el derrotismo, la resignación y las deserciones en el bando griego.

      Si bien la gran debilidad del ejército persa era su infantería, equipada por lo general con escudos de mimbre, corazas de lino y lanzas más cortas que las de la falange griega. Soldados provenientes además de todos los rincones del imperio, que hablaban distintas lenguas y no estaban acostumbrados a luchar unidos. Por ello la táctica persa debía consistir necesariamente en sobrepasar a los griegos por los flancos aprovechando la superioridad numérica. Además la costumbre persa, a diferencia de la griega tendente a reforzar los flancos, era la de colocar a sus mejores hombres en el centro de la formación con la esperanza de romper a la formación contraria provocando una rápida estampida, lo que solía suceder cuando una de las formaciones superaba considerablemente en número a la otra.


      Los griegos por su parte carecían de caballería y arqueros, jamás habían derrotado a un ejército persa en combate y eran ampliamente superados en número —en proporción de 2 o 3 a 1 según las cifras comúnmente aceptadas—, pues contaban con tan sólo el ejército ateniense al completo, unos 10.000 hombres, y un refuerzo de en torno a 600 soldados de la vecina y aliada Platea.

miniatura
Reconstrucción en miniatura de un
soldado hoplita.
      Si bien su única pero potente baza era la infantería organizada en falange, una revolucionaria formación de lucha implementada por Fidón de Argos hacía algo más de un siglo que lentamente había ido extendiéndose por las ciudades-Estado griegas. Dicha formación giraba en torno a la figura del hoplita, un soldado de infantería pesada armado con una lanza de entre 1,8 y 2,7 metros de largo, rematada con punta de hierro y terminada también con un regatón puntiagudo de hierro en la parte inferior, que hacía las veces de contrapeso y de segunda arma; el hoplón, un novedoso escudo circular de madera recubierta de bronce, de unos ocho kilos de peso y una revolucionaria empuñadura denominada argiva que permitía, con un sistema de doble sujeción con una cinta en el centro del escudo para introducir el brazo y otra a modo de abrazadera en el borde, ejercer una fuerza mucho mayor, facilitar el movimiento de palanca y permitir mayor amplitud de movimientos; así como una pequeña espada de doble filo de 60 a 90 cm de largo, que únicamente empleaban en caso de perder el arma principal o de que la falange se descompusiera. Respecto a las protecciones corporales, también eran notablemente superiores a las persas, pues se cubrían el torso con una coraza bien de bronce imitando la musculatura, bien de capas de tela fuerte con placas o escamas metálicas; las piernas con grebas de bronce que cubrían del tobillo a la rodilla; y la cabeza con un pesado casco corintio —de unos 4,5 kg— que cubría la cabeza incluyendo la práctica totalidad de la cara, proporcionando una fuerte protección pero a costa de restringir notablemente la vista y el oído. Dicha panoplia era bastante cara, motivo por el que únicamente podían ser hoplitas los ciudadanos de clase media-alta. No es de extrañar que los ciudadanos célebres del momento, como el político Temístocles, el filósofo Sócrates o el dramaturgo Esquilo, participaran en la batalla [*resultaría cuanto menos curioso que dicha costumbre continuara en uso, pues no nos habríamos privado del placer de ver a Aznar, Trillo, Botín y Bardem, por ejemplo, tomando Peregil al asalto]. De modo que los soldados mejor armados solían corresponderse con los de las clases más altas , que solían colocarse en las primeras filas por resistir mejor los embates del enemigo, situándose  detrás los peor equipados, aquellos que no podían costearse la armadura o que la tenían de peor calidad. Todos ellos ciudadanos libres, entrenados en el manejo del equipo y en defensa de su ciudad.

      Dichos soldados combatían hombro con hombro en formación de falange. Una formación cerrada integrando una única línea de ocho hombres de profundidad, cuya longitud dependía del número total de efectivos, en la que cada hombre cubría con su escudo parte de su cuerpo y parte del soldado más próximo, siendo cubierto a su vez en parte por el siguiente soldado, a la par que los hombres de la fila de detrás servían de apoyo a los de la de delante, sustituyéndolos también en caso de que cayeran. Todo el ejército luchaba integrado como un solo cuerpo, un impenetrable muro de bronce, lento pero inexorable.

grabado
Reconstrucción de la falange hoplita.


      Aún así, nunca un ejército griego había derrotado a uno persa. Los griegos tenían pavor a los arqueros y la caballería persas, por lo que solían eludir las batallas a campo abierto y trataban de refugiarse en sus ciudades amuralladas.


PROLEGÓMENOS DE LA BATALLA

al mando en Maratón
Milcíades (550-448 a.C.)
     En el bando ateniense, el alto mando del ejército lo ostentaba el polemarca Calímaco, un cargo político similar al actual Ministro de Defensa. Bajo el cual, por vicisitudes del nuevo sistema democrático, se encontraban diez estretegos. Si bien el mando efectivo por razones prácticas lo ostentaba uno de dichos estrategos, el general Milcíades, que proveniente de familia noble ateniense huida de las costas de Asia Menor, contaba con gran experiencia bélica y conocimiento de las tácticas enemigas, pues había servido de joven en el ejército persa.

      Cuando tuvo conocimiento del desembarco persa el cinco de agosto en las cercanías de Maratón, dudó entre esperar a los persas en la seguridad de las murallas —táctica habitual de los griegos hasta entonces—, esperarlos a las afueras alejando el peligro de la ciudad, o acudir a su encuentro. Optó por esto último. Al hacerlo, logró sorprender al ejército persa al contemplar al ejército ateniense al completo acampado en las colinas cercanas a Maratón, pues esperaban una fácil victoria por asedio en la que la ciudad se rendiría rápidamente por temor a represalias y ante la presencia de Hipias, el antiguo tirano, que garantizaría la vida a todos aquellos que se rindieran. De esta forma lograron no sólo sorprender a los persas, sino también cercarles el paso hacia la ciudad.

      Aún así, los atenienses quedaron aterrorizados ante la visión del ejército persa, que prácticamente los triplicaba en número. Por suerte, al tiempo que el ejército había partido para Atenas, se envió al mejor corredor de la ciudad, Filípides, para solicitar la ayuda de la mayor potencia militar griega del momento, Esparta, tradicional antagonista de Atenas en la Antigua Grecia, que ahora esperaban se les uniera frente al enemigo común. Filípices recorrió la distancia entre Atenas y Esparta, 246 km, en menos de dos días —algo que se creía imposible hasta que tres soldados británicos repitieran la gesta en 1982—. Si bien la respuesta de los espartanos no fue todo lo entusiasta que esperaban los atenienses. Esparta acudiría a la guerra contra el persa, pero lo haría una vez finalizaran los necesarios actos rituales de la Carneia, pasada la luna llena, tras una semana desde la llegada de Filípides, el 12 de agosto; lo que implicaría que llegarían en torno al 15 de agosto a marchas forzadas.

      En Maratón la situación no parecía demasiado halagüeña para los atenienses. De los diez estrategos, cinco querían luchar —incluido Milcíades— y cinco no, por lo que la decisión recalló sobre el polemarca Calímaco, que prefirió esperar a los refuerzos espartanos temeroso de que los persas los diezmaran con sus flechas y los sobrepasaran por las alas con su número y su caballería. No tenían prisa por luchar. Tampoco los persas la tenían, pues preferían esperar a que la infantería ateniense bajara de las colinas a un terreno más favorable para el uso de su caballería, pudiendo además diezmarlos en la bajada con sus flechas. Así se sucedieron los días, alineándose los ejércitos frente a frente con el alba.

      El general persa al mando, Datis, cercado en la zona de desembarco y pensando en romper el empate técnico en el que se encontraban, al caer la noche el día 11 embarcó a la caballería y a Hipias rumbo a Atenas con la esperanza de que los partidarios del tirano entregarían la ciudad al contemplar a la temible caballería persa, tal y como había sucedido con la toma de Eretria, en la que quienes temían un largo asedio y las represalias persas favorecieron la caída de la ciudad.

      Por suerte para los atenienses, varios desertores dorios les alertaron del plan persa. Corría el tiempo para los atenienses. Milcíades debía decidirse. ¿Volver a Atenas a marchas forzadas con todo el ejército para proteger la ciudad, enviar sólo un destacamento, atacar inmediatamente? Se decidió por esto último, pues si retornaba a la ciudad con todo el ejército corría el riesgo de perder igualmente la ciudad por no llegar a tiempo o de quedar rodeado por el grueso del ejército persa por una parte y la caballería por la otra. Tampoco quería debilitar a sus tropas enviando un destacamento, pues los persas les superaban ampliamente en número pese a no contar con caballería. No había otra salida. Debían atacar.


LA BATALLA

Formación reforzada griega en azul (persas en rojo)
      Se habían librado de la caballería por el momento, pero quedaban por solventar dos problemas: los arqueros y la superioridad numérica de los persas. La formación clásica de la falange era de una profundidad de ocho hombres. Dicha formación suponía un problema en caso de inferioridad numérica, como era el caso, pues los persas, que prácticamente les triplicaban en número, les desdoblarían por los flancos. Por ello Milcíades decidió reducir la profundidad del centro de la formación a cuatro filas para alargar sus líneas y evitar ser flanqueado. Al mismo tiempo mantuvo la profundiad de ocho filas habituales para mantener unos flancos fuertes capaces de envolver a los persas. Una maniobra sumamente arriesgada, pues dado que los persas concentraban a sus mejores tropas en el centro, si los flancos griegos no lograban envolver rápidamente a los persas, el centro persa podría romper el débil centro griego provocando una debacle general.

grabado
La carga de los atenienses
en Maratón
(490 a.C.)

      Quedaba por solucionar el problema de los arqueros. Para ello Milcíades decidió que los hoplitas griegos debían cargar a marcha ligera mientras estuvieran a tiro de los arqueros para reducir así los posibles daños. De nuevo un gran riesgo. Lo más habitual en una carrera en batalla, y más aún bajo una lluvia de flechas, era que la formación se desordenara, lo que resultaba fatal para una formación de combate como la falange, donde las filas, la horizontalidad y la posición lo eran todo para su correcto funcionamiento.  Pero lo cierto es que si en el siglo V a.C. existía alguna formación capaz de realizar una carga bajo una lluvia de flechas sin desordenarse, esa era la falange hoplita griega. Los soldados hoplitas se entrenaban desde jóvenes para la batalla en el manejo de armas y armadura, la lucha en equipo y la carrera con todo el equipo. Estaba decidido. A la carrera y con las líneas estiradas debilitando el centro y reforzando los flancos. Los griegos lucharían. Los tiempos de esconderse tras las murallas habían pasado. Por primera vez en la historia, un ejército griego plantaría cara a otro persa en campo abierto.

      Así pues, unos 11.000 atenienses avanzaron al unísono. Al encontrarse a tiro de arco, Milcíades ordenó que cargasen —de ahí viene la expresión "paso ligero"—, dando a los persas la mitad de tiempo de uso de los arqueros minimizando las bajas. Era la primera vez en la historia que se realizaba una carga semejante. El choque de ambos ejércitos fue brutal, pero a distancia corta, el mejor entrenamiento, fuertes armaduras y largas lanzas de la falange griega demostraron ser decisivos contra las defensas persas de mimbre y lino. Los flancos persas comenzaron a retroceder siendo lentamente envueltos. Si bien el endeble centro griego también cedía terreno ante el empuje del potente conglomerado de los más valientes y feroces guerreros de todo el Imperio Persa. Los flancos persas cayeron ante el imparable empuje de la falange. Muchos huyeron hacia el pantano —la única vía de escape—, ahogándose o siendo cazados en la huida. Pero el centro persa continuaba resistiendo y estaba apunto de sobrepasar la débil línea griega. Milcíades actuó. Decidió abandonar la persecución de los flancos para terminar de envolver al centro persa, que rodeado, rompió líneas intentando huir y siendo prácticamente exterminado.

      Datis, el general persa, ordenó la retirada de los supervivientes a los barcos para partir rápidamente a Atenas y tomar la ciudad junto a la caballería que ya había partido, antes de que llegara el ejército griego a pie. Milcíades, previendo la situación ordenó la quema de los barcos persas, si bien únicamente lograron acabar con 7 de las 200 naves.

      La victoria fue absoluta. Más de 6.400 persas cayeron en el combate frente a apenas 192 griegos —entre ellos el Polemarca Calímaco—. Era la primera vez que un ejército griego derrotaba a uno persa en campo abierto. El júbilo debía ser total. Pero no fue así. Atenas aún podía caer. Si los persas llegaban a Atenas antes que los atenienses —lo que era bastante probable al hacerlo por mar—, los ciudadanos atenienses pensarían que los persas habían salido victoriosos y entregarían la ciudad para evitar la destrucción total. Un ejército hoplita era una máquina que aún a marchas forzadas tardaría más que las naves persas en desplazarse. ¿Qué podían hacer?


LA GESTA DE TERSIPO: el origen de la maratón (carrera)

      Milcíades debía de hacer llegar la noticia de la victoria cuanto antes a Atenas para que no rindieran la ciudad. Para ello escogió a un hombre, un sacrificado y leal corredor para que llevara el mensaje a Atenas. Ese hombre fue Tersipo —así lo afirman historiadores de la antigüedad como Plutarco, si bien otros como Luciano, que escribió un siglo más tarde de los acontecimientos, lo confunden con Filípides, el mensajero que fuera a avisar a los espartanos días atrás—. Al tiempo que el ejército partía hacia Atenas, Tersipo se adelantó recorriendo los 42 km que separaban Atenas de Maratón en dos horas. Al llegar a la ciudad anunció "hemos ganado" y calló muerto, fulminado por el cansancio. Los atenienses cerraron las puertas a los persas y cada hombre mujer y niño se colocó en murallas, puertas y ventanas para hacer creer a los persas que la ciudad estaba bien protegida. Datis, al contemplar la ciudad, la vio bien defendida y poco dispuesta a la rendición, por lo que los persas partieron de vuelta a Persia tras sufrir la primera derrota en campo a abierto a manos de los griegos de su historia.  Con su gesta, Tersipo salvó la ciudad.

de Luc-Oliver Merson
Fidípides (Tersipo en realidad) llegando a Atenas,
obra de Luc-Oliver Merson en 1869.

      En su honor y en memoria de la gesta de los griegos en defensa de su libertad, su cultura y su mundo; se instauraría una nueva disciplina olímpica, la maratón, que perduraría a lo largo de los siglos, siendo incluida en los modernos Juegos Olímpicos en su primera edición, la de Atenas 1896, que casi se podría decir por designios del destino, ganó un corredor griego llamado Spiridon Louis.
 

CONSECUENCIAS

      Los griegos, por primera vez en su historia, habían salido de la protección de sus murallas enfrentándose y derrotando a un ejército persa en campo abierto. La Primera Guerra Médica había terminado. La falange había demostrado su enorme efectividad. La democracia y los ideales griegos de ciudadanía se vieron enormemente reafirmados. La cuna de la cultura occidental logró su supervivencia. Los griegos —particularmente los atenienses— se alzaban orgullosos de su independencia y valentía. Tal es así que por ejemplo Esquilo, participante en la Batalla de Maratón y hoy recordado como inmortal dramaturgo de la literatura universal, quiso que en su tumba su epitafio únicamente recordara la gesta de Maratón:

    Esta tumba esconde el polvo de Esquilo,
    hijo de Euforio y orgullo de la fértil Gela.
    De su valor Maratón fue testigo,
    y los Medos —así se llamaba a los persas— de larga cabellera, que tuvieron demasiado de él.

                                         Anthologiae Graecae Appendix, vol. 3, Epigramma sepulcrale 17


     Curioso orgullo guerrero el de los grandes literatos. Sirva como analogía Cervantes, otro de los grandes de la literatura universal que también sintió un orgullo tremebundamente superior por su participación en la gran batalla del occidente contra oriente del momento, la batalla de Lepanto, que él mismo definiera como "la más alta ocasión que vieron los siglos", que por su faceta literaria.

      Volviendo al tema que nos ocupa, Milcíades se llevó la gloria por la histórica victoria, siendo llamado en adelante "el Maratonómaco". Su estrategia resultó ser la primera maniobra envolvente de la historia, una táctica profundamente estudiada e imitada a lo largo de los siglos por los mejores generales de la historia, desde Aníbal en Cannas a Hitler en la Bolsa de Kiev —la mayor maniobra envolvente de la historia—, pasando por Escipión en Zama o Rommel en El Alamein.

      Si bien la victoria resultó ser un primer paso de un largo camino, el comienzo de una nueva era en la que los griegos al fin se enfrentarían a los persas y que culminaría con la mismísima aniquilación del antaño imperial invasor a manos de Alejandro Magno tras más de un siglo de lucha entre antagonistas. El camino de la liberación sería arduo, pues Jerjes, el hijo y heredero de Dario, al acceder al trono, invadiría de nuevo Grecia diez años después con un ejército aún mayor, dando comienzo a la Segunda Guerra Médica. Pero Occidente en plena adolescencia ya se había enfrentado a la inmensidad del poderoso oriente. Y vencido. Los griegos eran conscientes de que unidos podían derrotar al ecuménico vecino, ya no se esconderían en sus ciudades, defenderían su mundo, su cultura y su estilo de vida hasta sus últimas consecuencias. Grecia había despertado.

FUENTES:

*MONTANELLI, Indro: Historia de los Griegos, Barcelona, Debolsillo, 2005.
*CARPENTIER y LEBRUN: Breve historia de Europa, Madrid, Alianza Editoria, 2012.
*CANAL DE HISTORIA: Grandes Batallas de la Historia, Barcelona, Debolsillo, 2010.
* JORGENSEN y CHRISTER: Grandes Barallas, China, Parragon, 2007.



*CURIOSIDADES MODERNAS

      En 2014 se estrenó la película 300: El origen de un imperio, de Noam Murro, con guión de Zack Snyder y basada en la novela gráfica de Frank Miller. Dicho film comienza con una recreación de la Batalla de Maratón plagada de incorrecciones históricas. En primer lugar los atenienses están capitaneados por el futuro héroe de Salamina Temístocles, que pese a ser uno de los diez estrategos de Maratón, no fue quien ideó la táctica ni lideró a los atenienses, pues el mando teórico correspondió al polemarca Calímaco, que cayó combatiendo, y el efectivo al general y estrategos Milcíades, verdadero ideólogo de la revolucionaria estrategia y artífice de la victoria.

    Además, los atenienses aparecen cargando espada en mano y sin coraza, algo impensable, pues precisamente la fuerza de la falange estaba en sus superiores protecciones y en el combate cooperativo con lanzas largas. Aunque en las últimas filas si solieran colocarse los soldados de las clases más humildes que habían podido costearse peores protecciones.

      Por otra parte la carga de los atenienses es recreada como una carga alocada, prácticamente una estampida sin orden, cuando en realidad los 11.000 hoplitas cargaron ordenadamente y al unísono, sin romper en ningún momento la formación, su auténtica baza frente a los persas.

      También se aprecia como los atenienses sorprenden a los persas descargando los barcos, cuando en realidad el ejército persa estaba completamente desplegado y en formación, pues llevaban varios días acampados en las cercanías de Maratón.

      Asimismo huelga decir que Temístocles no acabó con Dario I de un flechazo ni de ninguna otra manera, pues éste obviamente sobrevivió a la Batalla de Maratón -de hecho se encontraba en Persia al celebrarse la batalla- y, pese su intención de regresar a Grecia con un ejército aún mayor, hubo de acudir a Egipto a sofocar una revuelta, lugar en el que moriría de enfermedad. 


                 RECONSTRUCCIÓN DE LA BATALLA EN LA PELÍCULA:




OTRAS ANÉCDOTAS EN LA ANTIGUA GRECIA: